No es que los medicamentos sean malos, son muy útiles en ciertos casos, pero deben  ser la última opción, nunca la primera, porque éstos proveen a tu cerebro las sustancias que le hacen falta, pero eso no ayuda a que tú las produzcas más, sino todo lo contrario, haciéndote dependiente de ellos.

Al darme cuenta de que ese no era el mejor camino para mí, decidí dejarlos asesorándome  con un médico general con respecto a cómo ir bajando las dosis hasta eliminarlos por completo.

Pero el tiempo que los estuve tomando sí trajo consecuencias y mi problema de ansiedad estuvo siempre aumentando (después de dejarlos) hiciera lo que hiciera para detenerlo.

Pero lo que detonó la crisis máxima, fue un dolor en el pecho. El dolor era en el esternón (parte frontal auricular que une las costillas al frente) y lo tenía ya por 2 semanas.

El pensar que fuera un problema del corazón aumentó mucho mi ansiedad.  La crisis llegó hasta no sentirme capaz de manejar, miedo y angustia exagerada de todo, la nuca inflamada, caliente y hormigueante.

La ansiedad era una energía desesperante, que físicamente recorría todo mi cuerpo.

Tenía fuertes calambres en las piernas. Sobre todo una desesperación  incontrolable que prácticamente lo único que quería era desaparecer, porque dormir tampoco era opción. Tenía que poner muchas almohadas para no sentir que me ahogaba, porque físicamente sentía como una bola en el  cuello que no me dejaba respirar (pero no era nada).

La opción  que me daba el internista de emergencias, era tomar medicamentos, pero yo sabía que ese no era el camino, porque ya lo había recorrido y me había ido peor.

En esos momentos me encontraba a la mitad de mi carrera de naturismo, y justo estaba conociendo la homeopatía clásica.